La
corrupción en España
alcanza niveles alarmantes. No se trata sólo de los casos de corrupción
urbanística, cohecho, prevaricación, etc., que afectan de manera generalizada a
los grandes partidos: hablamos de corrupción en los mismos fundamentos del
sistema.
En este contexto se ha asentado la alternancia perpetua
de organizaciones políticas aferradas al poder durante décadas (PP, PSOE,
EAJ-PNV, CiU...), sin otras opciones más que aquellas necesarias para
conseguir sus propios objetivos, sin permeabilidad de nuevas ideas, sin permitir
la participación activa de la ciudadanía, asfixiando toda posibilidad de
regeneración democrática.
La
ley electoral ha sido blindada a medida de los grandes partidos al
penalizar desmesuradamente
la representación de las minorías. A diferencia de otros países con una
democracia saludable, nuestros parlamentos no reflejan la diversidad ideológica
de la sociedad española.
La partitocracia se ha profesionalizado: no llegan
al poder los mejores, sino los que desde
muy jóvenes se han dedicado a gestionar influencias e imponer la disciplina de
la jerarquía. La voluntad de los ciudadanos es ignorada en la toma de las
decisiones importantes, que son adoptadas a la medida de grupos de presión que
sólo representan los intereses de minorías mediáticas o económicamente
poderosas. Los anteproyectos de ley se elaboran a espaldas de los ciudadanos,
manipulando la información y dando por buenos estudios e informes
fraudulentos.
El
único resquicio de participación que nos dejaron son las convocatorias
electorales. Pero en cada una de ellas los partidos mayoritarios recurren a
listas cerradas y bloqueadas, a la campaña del miedo, a pedir el “voto útil”
para que no gane el adversario con el que se alterna en el poder.
Pese a que la sociedad española considera a los políticos el tercer
problema del país,
se vuelve una y otra vez a votar a los mismos: a políticos que gobiernan
aislados de la ciudadanía, y con la intención de mantener esa situación
indefinidamente.
En las próximas elecciones estamos convocados para
ejercer nuestro principal derecho democrático: el voto. Durante la campaña
electoral, en un marco de brutal crisis económica, se apelará al miedo más que
nunca. Puedes rendirte una vez más, hacerles caso. Pero también puedes tomar
conciencia de tu poder como ciudadano: abrir los ojos e implicarte personalmente
en la red de ciudadanos hastiados que consideran que está en nuestras manos
mejorar la situación. Puedes contribuir a que haya más debate de los temas
importantes, a que se nos informe correcta y objetivamente, a que la toma de
grandes decisiones no dependa solo de que dos o tres élites dirigentes se pongan
de acuerdo, dando la espalda a la opinión y el interés de la mayoría
ciudadana.
Un
voto -el tuyo- no puede ser un cheque en blanco para que un partido pueda
despreocuparse durante cuatro años de la voluntad popular. La toma de decisiones
políticas a
la medida
de grupos de presión financieros o mediáticos son el síntoma de que algo va muy
mal en nuestra democracia: el resultado del divorcio entre
la ciudadanía y los partidos mayoritarios que se alternan en el poder.
No
te pedimos el voto por ningún partido o ideología en concreto, sino que
te informes
para comprobar si existen alternativas políticas que quizás representan mejor
tus ideas, y lo que los ciudadanos concebimos como democracia. La democracia no
son los grandes partidos: la democracia eres tú, y millones como
tú.
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